En una mañana cómo tantas
otras el sol se levanta perezoso, para abrir paso a la vida de la ciudad. Con
cierta vanidad va llenando de luz todos los espacios de la gran plaza del
Carme, revelando que el tiempo siempre deja huella en los lugares y en las
personas que los habitan.
Amparo despertó feliz,
como todas las mañanas desde que tiene a Pierre en su vida. Desde que se
casaron ya pasaron más de 60 años. Ella prepara el desayuno, él lee el
periódico, y luego, mediada la mañana, se van juntos a hacer la compra para
preparar la comida; lo que realmente es una artimaña de Amparo para arrancar
del sofá a Pierre y obligarlo a tomar un poco el sol pues los médicos le
dijeron que le iría bien salir un poco.
Sientan muy juntos en el
amplio banco de la plaza, gustan de estar cerca uno del otro, aunque Pierre
odia admitirlo y siempre dice que son cosas de Amparo.
En ese instante de
serenidad en que el sol roza sus caras, el mundo se detiene y tenemos ocasión
de ver como el universo gira en torno a estos viejos amantes, que pese las adversidades
de la vida y gracias a sus bondades, siguen juntos. Es muy cierto que él ya ha
olvidado muchas cosas, pero también es cierto que ella no ha olvidado ninguna.